Amparo: la píldora amarga de la democracia mexicana

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Zacatecas, Zac.
lunes, Jun 2, 2025
Por Carlos Ernesto Alvarado Márquez
En este país tenemos una peligrosa costumbre: pensar que con escribir una palabra bonita en la Constitución, el mundo se transforma mágicamente. Como si bastara con decir “derecho a la salud” para que aparezcan médicos, medicinas y hospitales donde el IMSS tiene puras goteras y excusas. O que el “derecho a una vida libre de violencia” se cumple porque está en tinta negra, mientras Zacatecas se pinta de rojo cada semana.
Es la lógica del unicornio constitucional: si lo escribimos, lo tenemos. Pero no, queridos lectores, no somos Hogwarts. Somos México, y aquí, sin presupuesto, sin jueces valientes y sin ciudadanos informados, los derechos humanos no existen: se fingen. Y en ese teatro del absurdo legal, el juicio de amparo es la última línea de defensa antes del abismo.
El amparo es, dicho sin tecnicismos, el grito de un ciudadano que le dice al Estado: “¡No tienes derecho a pisotearme!”. Es el chaleco antibalas del gobernado frente al abuso, la omisión o la incompetencia de una autoridad. Es un juicio que busca proteger nuestros derechos humanos cuando el gobierno —municipal, estatal o federal— se le olvida que está para servir, no para someter.
Pero cuidado: el amparo no es magia. No es automático ni gratuito ni sencillo. Se necesita alguien que sepa hacerlo valer. Un abogado valiente. Un juez independiente. Un legislador que no obstruya su acceso. Y un ciudadano que sepa que tiene derechos, y no favores.
Por eso importa por quién votamos. Porque si elegimos a quien no sabe ni qué es el control difuso de convencionalidad, si ponemos en el Congreso a quien cree que los derechos humanos “estorban” para gobernar, y si llenamos los tribunales con jueces electos por popularidad en TikTok y no por capacidad jurídica, estamos cavando la tumba del amparo… y con él, la de nuestras libertades.
El artículo 4.º constitucional, con su catálogo de derechos dignos de la ONU, hoy parece un mural de promesas rotas. Dice que tenemos derecho a la salud… pero no hay medicinas. Que tendremos una alimentación nutritiva… pero comemos con lo que alcanza. Que debemos vivir sin violencia… pero enterramos a nuestros muertos con más frecuencia que a nuestras esperanzas.
El problema no es el derecho escrito. El problema es que no hay plan para cumplirlo, ni presupuesto, ni operadores capaces, ni jueces con pantalones.
No necesitamos más leyes simbólicas. Necesitamos leyes vivas. Con dientes. Con camino. Con castigo. Y sobre todo: con gente que sepa aplicarlas. Porque mientras sigamos creyendo que poner “derechos humanos” en el papel es suficiente, el juicio de amparo seguirá siendo el escudo de unos pocos privilegiados… en vez de ser la lanza del pueblo que exige justicia.
El juicio de amparo no es una herramienta de lujo. Es el paraguas que te salva cuando el Estado decide llover sobre ti. Así que la próxima vez que votes, no elijas a quien te promete pintar arcoíris en la Constitución. Elige a quien sepa abrir un paraguas cuando truene el poder.