Rush / Pasión y Gloria. Por Sergio Bustamante

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En su número de junio, la revista “Filmmaker” incluye un texto firmado por Ariston Anderson titulado “Ten Film Lessons from director Takashi Miike”. Ahí (y como han hecho otros antes que él para dicha publicación) el realizador nipón de prestigiados filmes como Ichi the Killer (2001) o Audition (1999) enumera un decálogo de lo que desde su perspectiva es esencial a la hora de filmar una película.

Llama la atención el número 1:

<<A movie is driven by its the characters, not by its special effects>>

(una película es conducida por sus personajes, no por los efectos especiales).

Sin duda tiene razón. Y en el cine de 2013, donde el CGI ha tenido una preponderancia excesiva, Rush, el reciente filme de otro prestigiado como es Ron Howard, es no sólo una grata sorpresa, sino una oferta atractiva y casi obligada.

Rush o como se le tradujo, “Pasión y Gloria”, es la historia real (con una buena dosis de ficción) de la rivalidad que sostuvieron los dos pilotos dominantes del circuito Fórmula 1 en la década de los setenta: James Hunt y Niki Lauda.

Dos personajes dispares hasta en el físico. James Hunt es carismático, fuerte, alto, galán, un “party animal”. Niki Lauda es frágil, encorvado, frío, calculador, huraño. Es en la pista de carreras donde ambos pierden sus cualidades sociales y defectos para convertirse en simples humanos. Dos talentosos pilotos compitiendo de tú a tú. Es en esa pista donde Rush transforma a sus personajes para después seguir desarrollándolos fuera de ella. Es pues, una película conducida por ellos y no por los efectos y es, de paso, una gran película.

La historia nos presenta los inicios de ambos desde lo más bajo: un circuito de competencias de poco nivel. Sin embargo, es desde ese punto dónde Peter Morgan, autor del guión, comienza a dibujar las diferencias y competitividad entre los personajes. Una vez acabada la temporada, Lauda, hijo de una influyente familia Austriaca, compra su entrada a la Fórmula Uno por medio de un esquema de negocios en el que no le tienen que pagar nada y que él mismo le propone al dueño de un equipo. Hunt, por su parte, vive entre fiestas y mujeres en espera que sus patrocinadores (que son también sus mejores amigos) le busquen un auto nuevo o algún equipo competitivo. Es decir, el objetivo de ambos no sólo es llegar a la máxima categoría que su deporte ofrece, sino no dejarse rebasar, en términos de prestigio, uno por el otro. Es, en pocas palabras, el mismo objetivo. Pero son sus métodos e historias personales lo que enriquece este filme.

A partir de que Hunt alcanza a Lauda en la Fórmula 1 es que la rivalidad se enardece y el filme comienza a subir su ritmo dramático y de acción casi haciéndole honor a su título.

Ron Howard es un director que ha demostrado un talento innegable para la construcción de conflictos humanos sea cuál sea el género. Desde la comedia hasta el drama (pasando por la TV) en sus filmes casi siempre existe un personaje con dudas morales o cuyas decisiones pueden o no dar un giro a la trama. También es cierto que en la búsqueda de relatos casi heroicos ha caído (más de una vez) en la cursilería y la trampa melodramática.

En Rush llama la atención como a pesar de no haberse despojado del todo de sus recursos, Howard dirige con una pasmosidad que hace mucho no se le veía. Enfocándose en la construcción de sus personajes sin descuidar el aspecto visual.

Y es que Rush recibe un apoyo primordial de las secuencias de acción y del sonido. Anthony Dod Mantle, cinefotógrafo de este filme, se regodea emplazando su cámara en todos los rincones posibles, lugares que no dejan indiferente a las sensaciones del espectador. Es un experto en cuestiones de movimiento y métrica, lo ha demostrado en varios filmes de Danny Boyle. Para Rush retoma colores y texturas que verdaderamente recrean la atmósfera de la que, a pesar del peligro, fue una época de oro para el deporte del automovilismo. El sonido complementa la puesta en escena con rugidos de motores, vibraciones y hasta pláticas de fondo que en una sala con buen audio pueden engañarnos pensando que la persona de la butaca de atrás está platicando.

Fuera de aspectos técnicos, de un montaje perfecto y el exquisito score musical de Hans Zimmer, son los protagonistas la plusvalía de esta película.

Chris Hemsworth y Daniel Brühl como James Hunt y Niki Lauda, respectivamente, brindan actuaciones formidables. Hemsworth repite la dosis de testosterona que lo ha hecho célebre como Thor en las sagas Marvel, pero aquí amplia un poco más su registro. James Hunt es carismático sin dejar de ser común y cada victoria en el terreno deportivo y sentimental se ha de ver opacada por una derrota similar. Hemsworth transmite esa dualidad de forma creíble y baja sus niveles de macho cuando el guión lo exige. Sin embargo, es Brühl quien se lleva la película.

Su Niki Lauda es puntual, casi ortodoxo. Brühl encarna a un piloto frío, envidioso y furibundo con la maestría suficiente para que el público lo comprenda. El guión le da una especie de papel de víctima y victimario y Brühl equilibra la balanza a favor de su personaje antes que el actor. Pasa el reto con tal excelencia que no sería nada sorpresivo verlo nominado en más de una premiación el próximo año.

Todas estas características de Rush apunten a un filme que podría caer en el convencionalismo del biopic o incluso en la competencia casi homo-erótica de filmes como Top Gun (Tony Scott, 1986) o Sherlock Holmes (Guy Ritchie, 2009), pero Howard logra un balance entre la acción y el drama sin profundizar tanto en ambos. Rush es pura emoción y claridad narrativa. El deseo y las consecuencias de la competencia encarnizada, dos jóvenes que buscan ser mejores que el rival. Madurez, éxito y plenitud comprobando que uno de ellos tenía la razón y no el otro. El antagonismo como una necesidad vital.

Es curioso que Ron Howard haya vuelto a su mejor forma realizando cine fuera de Hollywood. Sorprende que Rush sea de sus trabajos más logrados en muchos años. Me pregunto si se habrá encontrado con Takashi Miike e intercambiaron consejos.

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