Benito Juárez y el juarismo en Zacatecas, 150 años del fallecimiento

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Por Marco Antonio Flores Zavala

El objetivo en este texto es dar cuenta de dos manifestaciones de reconocimiento político que tuvo don Benito Juárez García en el Zacatecas del siglo XIX: una es la adhesión a su presidencia, que se expresó tras el triunfo de los liberales republicanos sobre las fuerzas conservadoras y monarquistas. La otra manifestación es el “culto” que se estableció a su figura política a través de las fiestas cívicas. Con ambas se desea mostrar cómo fue la interacción entre el proyecto político que impulsaba Juárez y los actores políticos locales. Para señalar la pertinencia de la información que se proporciona, se propone que se tenga como referente el hecho de que Zacatecas fue la principal base de operaciones político-militares del general Jesús González Ortega, uno de los dirigentes decimonónicos que le disputó en diferentes momentos la presidencia de la República al político oaxaqueño.

El transcurrir presidencial y los actores políticos locales

Benito Juárez García pasó por el territorio de Zacatecas entre los meses de enero y febrero de 1867. El objetivo fundamental de su viaje era avanzar hacia la ciudad de México. Venía de la obligada estancia que efectúo en el norte del país (1864-1866), que hizo a causa de que las fuerzas militares republicanas que lo apoyaban no tuvieron la capacidad para hacer frente al ejército francés, que invadió el territorio nacional para sostener a Maximiliano de Habsburgo como emperador de México.

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Más allá de la anécdota de que Benito Juárez sea el segundo mandatario mexicano que con tal posición estuvo en Zacatecas –el primero fue Santa Anna, en mayo de 1835-, está el hecho de que a su arribo era un presidente que contaba con facultades extraordinarias y con un periodo presidencial ampliado. Lo era en detrimento de su “sucesor constitucional”, el militar zacatecano Jesús González Ortega quien fungía como presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Además, para entonces, Juárez ya contaba con el apoyo de un variado conjunto de dirigentes políticos y militares regionales, y de grupos liberales republicanos del interior del país.[1] En la región, el general Miguel Auza Arrenechea coordinaba las acciones militares y emprendía la reconstrucción de las redes socio-políticas a favor de la república. Lo hacia como gobernador y comandante militar del estado; tal nombramiento se lo otorgó el gabinete juarista desde julio de 1866.

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Revisando las fuentes –periódicos oficiales, papeles gubernamentales y recuperando las versiones de los actores contemporáneos- en las que también abrevo el autor de la Continuación del bosquejo histórico[2], tenemos que Juárez siguió la ruta principal para transitar por el territorio estatal. Uso el viejo camino de tierra adentro. La ruta de la caravana presidencial arribó a la ciudad minera de Sombrerete el 16 de enero –venía del estado de Durango-; continúo para la villa de Saín Alto (17), la hacienda de Rancho Grande (18), la ciudad de Fresnillo (20), y la ciudad de Zacatecas (martes 22).

Luego debió ir a Jerez, como consecuencia del asalto estratégico que efectúo el general conservador Miguel Miramón, que venía para capturarlo y para apuntalar el avance que permitiera la recuperación de los estados norteños a favor del para entonces ya muy debilitado gobierno de Maximiliano. Juárez pasó de Jerez (27-30) a Fresnillo (31), y nuevamente regresó a la capital del Estado, del 1º de febrero hasta el día 17; de ahí marchó para Ojocaliente, para enseguida ingresar al territorio potosino por el municipio de Salinas. En el territorio zacatecano estuvo un mes.

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Para cuando ocurrió la estancia, y salvo la acción del general Miramón, Zacatecas estaba recuperado por las fuerzas de liberales republicanos. El estado era territorio republicano, tanto como lo eran los estados limítrofes del centro y del norte del país –como Durango, Chihuahua, Nuevo León, Tamaulipas, San Luis Potosí, Jalisco y Aguascalientes-. Y los departamentos en que estuvo dividido el territorio estatal –Zacatecas y Fresnillo- en el efectivo gobierno monarquista, estaban desarticulados, por lo que la capital del estado volvió a ser la ciudad de Zacatecas, en detrimento de las ricas ciudades mineras de Sombrerete y Fresnillo.

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En cada lugar al que arribó la caravana presidencial, las autoridades recién instaladas y los prosélitos liberales le dieron amplias recepciones públicas, todas ellas organizadas con anticipación. El conjunto de actos –que iba desde las manifestaciones en las plazas, en donde se pronunciaba el discurso de bienvenida, hasta bailes en la casa de uno de los principales liberales de la localidad- tuvieron un fin: expresar ante la comunidad la adhesión a Benito Juárez como el presidente “legítimo” de la república y la confirmación del liderazgo político del general Miguel Auza.[3]

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Aunque pudiera considerarse lo anterior como los actos que eran parte del resultado del triunfo republicano, hay un conjunto de datos de la política estatal que son necesarios señalar para contextualizar la adhesión a Juárez. En primer lugar está la fuerte presencia intelectual que tuvo Ignacio Lares, el ministro de Maximiliano, entre los dirigentes liberales zacatecanos; y, por otro lado, está el rechazo que se dio al retorno del general Jesús González Ortega a la Suprema Corte de Justicia y, sobre todo al gobierno estatal.

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En el caso de Ignacio Lares –que colaboró con los gobiernos de Mariano Arista, con la última dictadura del general Santa Anna y con el imperio de Maximiliano-, quien es reputado como uno de los promotores del derecho administrativo en México, a partir de su libro Lecciones de derecho administrativo –documento que está imbuido de las teorías y principios del derecho administrativo de la Francia posrevolucionaria, donde la administración se ponderaba sobre las disidencias políticas y sociales[4]-; también se le reconoce el que haya impulsado la racionalidad administrativa sobre la política, vista ésta a través de la participación electoral en los niveles local y nacional.[5]

Se cita el factor Ignacio Lares, no para señalar la opción del liberalismo moderado o para localizar su posible reproducción mecánica en Zacatecas, sino porque el abogado Lares en la década de 1840 fue profesor y director del Instituto Literario de Zacatecas; luego pasaría a representar al departamento y al estado en diferentes asambleas representativas y legislativas a la ciudad de México, hasta llegar a ser el ministro de justicia en la última dictadura de Santa Anna y con en el imperio de Maximiliano. Agrego, que Lares, al tiempo de fungir como profesor en el Instituto Literario era magistrado en el tribunal de justicia del estado; y antes fue juez en varias cabeceras de partido del interior del estado y diputado suplente al Congreso local.

Los alumnos de Lares posteriormente ocuparon las principales posiciones gubernamentales: fueron diputados, jueces y magistrados, e incluso gobernadores.[6]  Son, les definió su profesor de filosofía y gramática latina –en la plenitud del neoclasicismo académico-: la generación de alumnos minervistas.

En lo que respecta a la influencia de la “racionalidad administrativa” de Lares, bien la podemos localizar en el programa gubernamental que ejercerán sus alumnos cuando ocuparon con plenitud el gobierno estatal en la década de 1870. Por ahora cito la entrada de la Memoriagubernamental de 1871, y que suscribe uno de sus alumnos, el abogado Julián Torres, como secretario de gobierno:

Aunque el gobierno ha tenido que consagrar, casi exclusivamente su atención y esfuerzos, a la conservación del orden público, en el año transcurrido desde el 8 de septiembre de 1870 […] ha dedicado algunos de sus estudios a la organización política del Estado, porque está firmemente convencido, de que cualquier trabajo de reorganización que se emprenda, debe tener por base, la más adecuada distribución de los poderes públicos, para que en el ejercicio y desarrollo de sus respectivas funciones, no se embaracen mutuamente, sino por el contrario se auxilien; para que su acción combinada, redunde en pro del mejor servicio público […][7]

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En cuanto al general Jesús González Ortega, si bien él no fue un integrante de siempre de la clase política que se formó en Zacatecas, como lo fueron los alumnos de Ignacio Lares; sin embargo, su ascenso fue de tal magnitud que se convirtió en el referente político a mediados del siglo XIX, en específico para la década de 1855 a 1865; y en ese periodo acumuló tanto poder formal, cómo fáctico, al grado que puede leerse en un contexto político moderno como la dominación de un cacique.[8]

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González Ortega es un caso atípico de inclusión y ascenso en la política regional. Lo es frente a los alumnos de Lares, que seguían un modelo de participación política fijado por el peso de sus relaciones de hecho –su eje inicial era la pertenencia a una red familiar, y luego estaba la capacidad de movilidad que conseguían durante su estancia en el Instituto Literario-. Los estudiantes pasaban, en los últimos meses de sus estudios, a integrar el ayuntamiento de la capital, las suplencias del poder legislativo o las posiciones gubernamentales con perfil para la escritura.

Sin ser un propietario o comerciante de amplio peculio, González Ortega fue electo diputado al Congreso del Estado en 1857; luego, por las vicisitudes que generó el golpe de Estado de Comonfort, y la desafección de las autoridades estatales que dudaron a quien reconocer como presidente de la república, González Ortega se hizo cargo del gobierno estatal, siguiendo la fórmula sucesoria que establecía la Constitución del estado. Desde esa posición, subordinando primero a la clase política regional y a los grupos económicos de la región, pasó a formar una importante fuerza militar con la que libró diferentes campañas, hasta vencer a las fuerzas conservadoras que dirigía el general Miramón (1860).

Siendo el militar más importante del periodo fue designado secretario de guerra, presidente de la suprema corte de justicia de la nación y gobernador constitucional del Estado. Tales posiciones las conservó hasta el momento en que reclamó la presidencia de la república a don Benito Juárez (1865). Sin embargo fue a Estados Unidos e inició una campaña con la que procuró atraer prosélitos que le apoyaran en la sucesión presidencial.[9]

Hay una cuestión que ayuda a vislumbrar el porqué Ortega no tuvo el apoyo regional cuando regresó al país y coincidió con el presidente Juárez en Zacatecas, que fue cuando lo detuvo Auza, en diciembre de 1866. Parte de la explicación está en el ascenso de González Ortega, cuando ocurrió se dio principalmente a través las elecciones, y agreguémosle el talento que ejerció en los momentos de crisis para formar redes de apoyo a un liderazgo político que forjó entre los oficiales de la Guardia nacional, que sería en adelante la base de las fuerzas militares que levantó; luego, en el Congreso constituyente del Estado aprovechó para proyectar el tipo de liberalismo que apoyaba, que era el de los liberales radicales que optaban primero por el proceso de secularización de la sociedad –y así lo mostró como gobernador-, en oposición a la clase política regional que optaba por “la racionalidad administrativa” que proyectaba Ignacio Lares.

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Ahora bien, cuando el gabinete juarista optó por Miguel Auza como gobernador y comandante militar republicano, denota que la decisión era la designación al sujeto que tenía el mayor grado militar, después de González Ortega, y también al actor político que sino con mayor reconocimiento entre los actores y grupos que participaban en el escenario público político regional, sí el que poseía más vínculos sociopolíticos en Zacatecas.

Auza es la mejor muestra de la segunda generación de la clase política que se integró en el Zacatecas postindependencia: su padre y sus tíos maternos fueron parte de los suscriptores permanentes de las adhesiones que se exhibieron desde la declaración de independencia hasta la promulgación de la Constitución política de 1824 en Sombrerete. En lo que toca a él, está que estudió una parte en la Casa de Jerez –antecedente del Instituto Literario de Zacatecas; ahí donde coincidirá con compañeros de campañas militares- y en el Colegio de San Idelfonso –donde compartirá espacio con el ministro juarista Sebastián Lerdo de Tejada-. Al regresar Auza a Zacatecas, se casó con la hija de Manuel González Cosío, uno de los líderes de las fuerzas liberales y federalistas de la primera generación política en el estado.

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Inferimos entonces que la posición entregada fue como el retorno a un liderazgo heredado y que los actores políticos reconocían; pero también Auza fue el medio que permitió la exclusión del general González Ortega manejando las circunstancias locales. Con lo anterior, se señala que con Auza en el gobierno y la reorganización del estado que emprendió, se facilitó el retorno del grupo de políticos que se educaron en el periodo educativo de Lares.

En cambio, para quienes apoyaron en las campañas militares al general González Ortega, excluidos en varias ocasiones para participar en la política estatal, su ascenso se dio a partir de 1877, por su convergencia con la revuelta del general Porfirio Díaz. Su bandera regional fue la reivindicación de la autonomía estatal que menguada por la intervención de la federación. Lo interesante fue observar que pronunciaron como líder –aunque él no intervino- al multicitado Jesús González Ortega.

Juárez y las fiestas de julio

Otra presencia de Benito Juárez en Zacatecas, aunque no fue física, pero sí tuvo tanto peso como la que efectúo en 1867, es la constelación simbólica que generó su figura: el juarismo. Éste refiere por lo menos tres aspectos: el culto a la figura de Juárez; el discurso que contribuyó a legitimar un orden político –tanto como convertir el juarismo como sinónimo de república y liberalismo-; y como la justificación de prácticas políticas que buscaban influir en aspectos relevantes en la configuración de las relaciones de poder –ser juarista era ser integrante autorizado de la comunidad política-.

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El juarismo zacatecano tuvo sus primeras manifestaciones en los procesos electorales presidenciales, cuando asociaciones políticas expresaban su apoyo a Juárez. Lo hacían a través de periódicos y de clubes dirigentes que coordinaban a los prosélitos del interior del estado. Están los casos de El Arco Iris y El Centinela, ambos de 1867; y El Chisgarabís, El Máscara y El Meteoro de 1871.

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El otro juarismo es el culto que se estableció tras su muerte, en julio de 1872 a través de las fiestas cívicas. Respecto a la celebración del natalicio de Benito Juárez, el 21 de marzo, durante la vida de este político era una fiesta privada; y fue hasta su muerte que se convirtió en pública, cuando el Congreso general la decretó día de fiesta cívica. Sin embargo, pronto pasó al olvido, excepcionalmente se celebró con algún evento y con la bandera a toda asta, y alguno de los periódicos recordaba el evento.[10]

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Fue en 1874, bajo la presidencia del general Sóstenes Rocha en la Junta Patriótica de Zacatecas, que se efectúo un primer homenaje luctuoso a Benito Juárez, que incluyó un disparo de cañón cada hora, la bandera a media asta, y las honras fúnebres en el teatro de la ciudad.[11] Hecho que permite confirmar la vieja tradición que los homenajes a los héroes son de carácter funerario, pues –nos dice Víctor Mínguez- “la muerte es, en cierta forma, indispensable para alcanzar tal consideración [de héroe] y así se recuerda sobre todo a los patriotas inmolados”.[12]

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Otra vez abro el espectro contextual para situar la presencia del juarismo cívico en Zacatecas. Con la restauración republicana, al ser derrotados los conservadores y las pretensiones de instaurar una monarquía en México, quienes se identificaron con y como ellos no pudieron efectuar ninguna manifestación pública; en cambio, para los liberales cristalizó un escenario favorable para las reformas políticas y culturales que impulsaron Valentín Gómez Farías y José María Luis Mora, entre otros, y que por medio siglo no fueron hegemónicas.

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Propicio el escenario para que los liberales permanecieran como actores principales de la vida política zacatecana (según se anotó en el apartado anterior), organizaron reuniones  culturales (tertulias y círculos de lectura), editaron periódicos y fomentaron ceremonias públicas para conmemorar acontecimientos afines a los liberales, y que coincidían con sus valores fundadores. Entre las ceremonias públicas que se realizaron se encuentran los actos y fiestas cívicas. Las principales fiestas que se celebraron son el 5 de febrero, el 5 de mayo, el 18 de julio y el 16 de septiembre. Permanentes en la segunda mitad del siglo XIX, les constituyó en un sistema de fiestas cívicas propias del periodo.[13]

Estas fiestas conmemoraban acontecimientos pasados mediante actos efímeros pero vistosos. Su propósito era transmitir los principios y los valores de sus organizadores, para arraigarlos en la sociedad. La celebración no se reducía a recordar simplemente el hecho, sino a reactualizar y a evaluar su trascendencia en cada nueva etapa de su realización. Así, en 1868, al celebrar la fiesta de Independencia, los alumnos del Instituto Literario realizaron y presenciaron los eventos cívicos, algunos de ellos después integraron la asociación estudiantil Sociedad Tomás Ramón del Moral, una de los primeros organismos autorizados para organizar los actos cívicos.

Al ubicar las fiestas como recurso de comunicación y proselitismo, se integró paulatinamente un sistema de celebraciones republicanas: la primera, y más antigua, fue la fiesta del 15 y 16 de septiembre, que desde entonces representaba la fecha del nacimiento de México como nación; la fiesta del 5 de febrero, recordaba la promulgación de la Constitución de 1857, cuyo acto originó la guerra de Reforma, misma que concluyó con el triunfo republicano y la vigencia del texto; la fiesta del 5 de mayo evocaba la batalla de Puebla entre republicanos mexicanos e invasores franceses, por el triunfo de los primeros se le designó «la segunda independencia nacional»; en 1890 se incluyó la fiesta del 18 de julio, en memoria del fallecimiento de Benito Juárez, símbolo del liderazgo republicano.

Las fiestas se realizaban en el contexto de la prédica y del ejercicio del liberalismo republicano, usando los viejos modelos de las ceremonias religiosas: se elaboraba un discurso secular colmado de símbolos que provenían de la Constitución de 1857 y se anexaba una hagiografía laica de individuos entregados a tareas terrenales y directas para los ciudadanos. De esta manera, se pretendía descalificar la presencia y el poder de la Iglesia católica y de las devociones populares. De ahí el carácter didáctico de los discursos, como parte de los medios idóneos para expandir al liberalismo.

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Sujeto el sistema celebratorio a las circunstancias históricas, las fiestas sufrieron constantes cambios en su organización y estructura, mas no su significado. El primer cambio que salta a la vista fue la sustitución, por breve tiempo, de su carácter de fiesta institucional a fiesta autorizada: del financiamiento y organización estatal pasó a otras personas no burócratas. Esto ocurrió hacia 1892, cuando integrantes del Círculo Estudiantil del Instituto de Ciencias, comenzaron a organizar eventos cívicos de manera interna; es probable que contaran con el apoyo gubernamental, debido a los nexos familiares y políticos que tenían sus socios con funcionarios del gobierno estatal.

A este grupo estudiantil se le concedió la organización de las fiestas cívicas de los siguientes años (1893-1896), incluso la del 16 de septiembre, que debía programar el informe del gobernador. Esta etapa de autorización muestra el grado de seguridad política del gobernador Jesús Aréchiga –otrora colaborador militar del general González Ortega-. Igualmente permite observar que la inclusión de los estudiantes tuvo un importante carácter instructivo.

En 1893 la redacción del periódico oficial refirió sobre la fiesta juarista:

No fue una fiesta oficial, no. Fue una fiesta organizada por representantes del pueblo, a la que éste concurrió en masa, tomando la parte que en ella le correspondía, y eso precisamente es lo que nos satisface y nos hace confiar en el porvenir […][14]

Inicialmente, las fiestas institucionales eran organizadas por las autoridades estatales o municipales, luego las organizaron las juntas patrióticas, integradas cada año por individuos destacados –política y socialmente- de la ciudad. En estas juntas los liberales ocupaban un espacio permanente como resultado de su vínculo con la densa red política y cultural. La presencia liberal en las juntas patrióticas obedece a una clara finalidad: influir en la organización de la fiesta para vincular sus valores con el evento; transmisora y social, la fiesta se convertía en un instrumento político a su favor. Por ejemplo, en la fiesta de Independencia de 1873, el general Sóstenes Rocha, comandante militar del estado, ondeó la bandera en el teatro de la ciudad y regresó a Palacio de Gobierno, ratificando así su posición política y militar. No ondeó la bandera el gobernador interino, sino el jefe de las armas, que un año antes, había derrotado la sublevación local del antijuarista Trinidad García de la Cadena.

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La estructura festiva variaba de acuerdo al acto conmemorativo. La de mejor relevancia fue la del 15 y 16 de septiembre. Su programa incluía salvas, repiques de campanas, desfiles, conciertos musicales, quema de fuegos pirotécnicos, carros alegóricos, bailes populares y actos cívicos, donde lo principal era la lectura de un discurso casi siempre pronunciado por un liberal. Las fiestas del 5 de febrero y 5 de mayo tuvieron una existencia irregular, condicionada a las circunstancias políticas y sociales: en 1870 no se realizaron, por estar en estado de sitio la ciudad de Zacatecas; tampoco en 1893, por existir una epidemia de tifo. El acontecimiento se recordaba en la editorial de la prensa oficial, se colocaba la bandera a toda asta y se repicaban las campanas de las iglesias.

En situaciones regulares, además de lo anterior, se invitaba a paseos por la alameda de la ciudad y a algún evento cívico. En ambas situaciones, la fecha siempre estuvo dentro del calendario cívico. En la celebración del 18 de julio, por ser luctuosa, la bandera se colocaba a media asta y por la tarde se efectuaba un acto cívico en el Instituto de Ciencias, donde los alumnos pronunciaban el discurso con el fin de «homenajear a un héroe que supo reconstruir la República».[15]

Las fiestas cívicas expresaban la finalidad de los organizadores: pretender integrar a la totalidad social al hablar en su nombre y al asignar espacios públicos para bailes populares. Las invitaciones se giraban a las sociedades mutualistas y educativas, donde los liberales eran dirigentes o socios, y se invitaba a los dueños de los comercios a cerrar temprano para que sus empleados participaran en las fiestas cívicas.

En mucho, esta última medida representaba una intromisión en las actividades particulares que, junto al uso de las campanas (factor de convocatoria religiosa), intentaba modificar el tiempo individual para volverlo social: al unir la celebración del acontecimiento pasado con el tiempo presente se pretendía reactualizar aquel hecho. Bastian calificó estos sucesos como una «religión cívica» que incluía un «santoral laico», como lo muestra la permanente mención al panteón liberal integrado por Valentín Gómez Farías, Melchor Ocampo, Sebastián Lerdo de Tejada, Francisco Zarco, Benito Juárez, Francisco García Salinas y Jesús González Ortega, quienes legitimaban la organización y participación masónica, además del carácter pedagógico de la celebración[16].

La intención didáctica se unía a la esperanza de conseguir la igualdad, la libertad y la tolerancia, como lo señalaba la Constitución de 1857. Para ello, hicieron actos que «ilustraran» al pueblo, pues lo consideraban sometido al fanatismo, al analfabetismo, al atraso material y al control religioso. La ilustración que pretendían inculcar, la presentaban en diferentes actos. Uno era incluir a los estudiantes en las ceremonias y en los desfiles, parte medular del mensaje transmitido al destinatario. La creación y participación de la Sociedad Tomás Ramón del Moral (1880) y el Círculo de Estudiantes (1892), demuestra el logro obtenido.

Retomemos un fragmento de la novela Juan Rivera para tener una imagen de tal festividad en Zacatecas:

Ese año, se convino que se conmemora allí el aniversario de la muerte de Juárez, y los alumnos del Instituto, donde ordinariamente tenía lugar ese acto, pusieron particular empeño porque el decorado y el catafalco para el ofrecimiento de coronas revistiera un aspecto imponente Mucho tiempo antes del fijado para la ceremonia, comenzaron a llegar los alumnos de las escuelas públicas, los varones con sus mejores prendas y las niñas con vaporosos vestidos blancos. Una masa imponente de público invalidó el resto del salón. Había un enorme interés en acudir a la cita, porque los estudiantes se habían encargado de hacer una activa propaganda de los méritos de aquella ceremonia, que de costumbre era solemne en zacatecas: iba a hablar Juan Rivera, una futura celebridad de la oratoria nacional, el estudiante que año por año recibía un premio de manos del gobernador y se le veía bajar de la plataforma donde estos se distribuían, con su diploma y una colección de flamantes libros atados con vistosos listones […][17]

En ocasiones en las fiestas se enfatizaba la inauguración de obras materiales: el mercado principal, la biblioteca pública, el tranvía Guadalupe-Zacatecas, la entrega de premios a los alumnos de las escuelas públicas, la apertura del Congreso local y el respectivo informe del gobernador. Con ello se infiere que se tendía un puente entre los acontecimientos celebrados y su tiempo, y se cumplía la estrategia de legitimación política personal del general Jesús Aréchiga.

Un lugar especial ocupaban los discursos pronunciados en cada uno de los eventos, pues contenían un mensaje que integraba implícitamente su proyecto político. La celebración del grito de Dolores y la proclamación de Independencia pasó a ser la fiesta cívica que unía el nacimiento de México como nación con su confirmación: la Reforma. La Constitución de 1857 se consideró el logro de una obra superior, semejante a la creación divina del mundo. Sin ser una obra acabada, era la referencia material entre un pasado terrorífico con «rayos de excomunión y estruendos de guerra» y un futuro con el «tranquilo esplendor de la estrella de Oriente y la regeneración de la República».[18]

En lo que toca a los actos luctuosos en honor a Benito Juárez estos se organizaron de manera permanente desde 1890. Sus primeros promotores fue la Junta Patriótica y la destinó para los alumnos del Instituto de Ciencias; ahí, además de un repertorio musical, destacaban las ofrendas florales depositadas al frente de un busto a Juárez. Se considera que si las otras fiestas complementaban el calendario cívico en la segunda mitad del siglo XIX, como símbolos de su tiempo, la luctuosa de Juárez era una acción política escudada en la «interpretación de los sentimientos de los zacatecanos», como lo expresó la presentación del programa de la fiesta cívica.[19]

Es significativo que esta fiesta fuera destinada a los estudiantes y que a ellos les correspondiera pronunciar el discurso o la poesía del evento. La intención didáctica era visible: sacralizar los símbolos políticos vigentes, para buscar espacios que desplazaran a los de la Iglesia católica. Además de lo didáctico, la intervención retórica de los alumnos se entiende como parte de la iniciación de los jóvenes estudiantes en el ámbito del espacio público, en la política. En 1895 Juan Nefatlí Amador, alumno y dirigente estudiantil expresó en torno a Juárez así:

Conciudadanos: pasó ya el tiempo de contemplar los preciosos dones que se nos han legado; hagámoslos efectivos, y en el puesto público, en la prensa, en la tribuna, en la sociedad y en la familia, emprendamos la campaña contra ese bando que delira aún con la dominación de los cuerpos y las almas. Y vosotros queridos compañeros, que ansiáis por conquistar un puesto honroso en el templo de la ciencia; vosotros que en un no lejanos días tendréis que sustituir a la generación presente, aprended en ese grande hombre la virtud y la nobleza, y teniendo por norma los principios que él defendió hasta su muerte, llegaréis a realizar las justas esperanzas que de la juventud abriga la madre patria […][20]

Este sistema de fiestas cívicas se complementaba con otras, sobre todo de carácter luctuoso, en las que se rendía homenaje a masones connotados. En estos nuevos eventos se seguían programas diferentes con formatos similares a las celebraciones anteriores: guardias ante el féretro, lectura de discursos, disparos de salvas de cañón, etcétera. Una de las ceremonias se efectúo en 1881, al venir de Saltillo y pasar por Zacatecas el cadáver del general Jesús González Ortega, rumbo a la ciudad de México. En esa ocasión se reconocieron los aportes del militar liberal, del hermano que contribuyó al triunfo republicano e inició el proceso de Reforma en el estado.[21] Una década después, con la intención de demostrar el dominio político del grupo liberal en el estado –el que paradójicamente excluyó Juárez del poder estatal-, se proyectó la construcción de un monumento en honor al general González Ortega, el cual fue desvelado en mayo de 1898.

Para concluir, se considera que las citadas festividades cívicas son parte del proceso de secularización de la sociedad que iniciada a principios del siglo XIX, y que arraigó en la ciudad de Zacatecas. Contextualizado el proceso en la dinámica nacional, se advierte que corresponde a la construcción de una identidad cultural fomentada por quienes se denominaban liberales.

[1] Porfirio Díaz –Oaxaca y Puebla-; Ramón Corona –Sinaloa, Jalisco, Colima-; Nicolás Regules –estado de México, Michoacán-; Mariano Escobedo –Nuevo León, Coahuila, Tamaulipas, San Luis Potosí-.

[2] Cfr. Vidal, Salvador, 1949, Continuación del Bosquejo histórico de Zacatecas del señor Elías Amador, Aguascalientes, Imp. Álvarez, caps. LXX-LXXIV.

[3] Véase “Libro de actas de la asamblea municipal de Sombrerete, años de 1866 y 1867” en Archivo Histórico del Municipio de Sombrerete (en adelante AHMS), sin clasificar, acervo de la década de 1860. Cfr. Vidal, 1959, caps. LXX-LXXIV. Fuentes Mares, José, 1986, Don Sebastián Lerdo de Tejada y el amor, México, FCE, pp. 57-68. Ramírez Valerio, Ma. Florencia, 1997, Calera de Víctor Rosales, una semblanza, Zacatecas, spi, pp. 29-31.

[4] Una influencia notable es la de Emilie Girardí, quien expresó que el poder público debía encaminarse con “menos política y más administración”. Véase Lira, Andrés, 1984, “Las opciones políticas en el estado liberal mexicano, 1853-1910”, en Ma. Refugio González (coord.), La formación del Estado mexicano, México, Porrúa, pp. 135-154.

[5] Erika Pani nos recuerda que a los ojos de los liberales moderados, como lo era Ignacio Lares, la “política se había convertido en una lucha descarnada, ininterrumpida y desgastante por el poder, que corrompía las buenas costumbres, trastocaba las funciones del hombre público e impedía que se mantuvieran el orden y la tranquilidad. Los funcionarios no eran ya funcionarios, servidores públicos, sino representantes de facciones, enfrascados en una lucha gobernada”. Pani, Erika, 2001, Para mexicanizar el segundo Imperio. El imaginario político de los imperialistas, México, Colmex, p. 44.

[6] Entre los alumnos están Vicente Hoyos, José María Echeverría, Agustín López de Nava, Trinidad García de la Cadena, Paulino Raygosa, Julio Márquez. Cfr. Vidal, 1959. Pani, 2001, pp. 375-402. Flores Zavala, Marco Antonio, 2002, El grupo masón en la política zacatecana, 1880-1914, Zacatecas, FFGS.

[7] Sus preocupaciones son los derechos de los ciudadanos, la composición y funcionamiento del poder legislativo –dos legisladores por partido o en su caso la propuesta de un senado estatal-, la expropiación por utilidad pública. García, Gabriel, 1871, Memoria presentada por el ejecutivo del estado de Zacatecas a la honorable legislatura sobre los actos de su administración, Zacatecas, Imp. de M. Mariscal, p. 5.

[8] Para las referencias sobre González Ortega véase: Flores Zavala, Marco Antonio, 2005, Jesús González Ortega, Zacatecas, FFGS.

[9] Correspondencia oficial de la legación mexicana en Washington con el ministro de Relaciones exteriores de la república y el Departamento de estado de Washington, sobre la conducta de D. Jesús G. Ortega, 1865-1866. México, Imp. del gobierno, 1869 (en University of California, at Berkley).

[10] Sierra Barabatta, Carlos Justo, 1983, 21 de marzo, relación histórica del natalicio del presidente Juárez. México, DDF.

 [11] El Defensor de la Reforma, Zacatecas, 18 de julio de 1874 (en AHMS).

[12] Mínguez Cornelles, Víctor, 1995, Los reyes distantes: imágenes del poder en el México virreinal, Castelló de La Plana, Universitat Jaume I, p. 141.

[13] Se dejó de lado las ceremonias de premiación a alumnos de las escuelas públicas; el 12 de octubre, que recuerda el arribo español al continente americano; y, el 14 de julio, en memoria de la Revolución francesa. Véase Bastian, Jean Pierre, 1990, “Jacobinismo y ruptura revolucionaria durante el porfiriato” en Signos, anuario de humanidades (t. II), México, UAM y Bastian, Jean Pierre, 1991, Los disidentes, sociedades protestantes y revolución en México, 1872-1911, México, Colmex.

[14] El Defensor de la Constitución, Zacatecas, julio 19 de 1893 (en AHMS).

[15] El Defensor de la Constitución, Zacatecas, julio 21 de 1892 (en AHMS). [Varios], 1983, 18 de julio de 1872, muerte del presidente Juárez, México, DDF.

[16] Bastian, 1991, pp. 162-171.

[17] Puente, Ramón, 1936, Juan Rivera. Novela del pensamiento revolucionario, México, Botas, pp. 73-74

[18] El Defensor de la Reforma, Zacatecas, de 5 de febrero de 1868 y 5 de febrero de 1877, (en AHMS).

[19] El Defensor de la Constitución, Zacatecas, julio 12 de 1890 (en AHMS).

[20] El Defensor de la Constitución, Zacatecas, julio 20 de 1895 (en AHMS).

[21] El Defensor de la Constitución, Zacatecas, marzo 24 y abril 28 de 1881 (en AHMS).

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