LAS PALABRAS ALADAS

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Marco Antonio Flores Zavala

Concluyó la batalla por la tarde del 23 de junio de 1914. Los defensores de la plaza la dejaron, salieron rumbo a Aguascalientes. Un mes después el general Luis Medina Barrón será asignado a San Luis Potosí.

La División del Centro, el dique militar constitucionalista creado para detener el avance villista al centro del país, se hace cargo del gobierno estatal y de la mayoría de las plazas municipales. Se va haciendo gobierno revolucionario.

*

El escritor Francisco Cuervo Martínez redactó un “romance” sobre el hecho histórico: una de las grandes batallas de la División del Norte. Es posible datarlo en el segundo semestre de 1914, pues la impresión es de año siguiente: La toma de Zacatecas. Romance, México, Ed. Carranza e hijos, 1915.

El texto lo dedicó a los señores generales Francisco Villa y Felipe Ángeles

*

I

Era el veintitrés de junio

de novecientos catorce…

Los constitucionalistas

de la División del Norte,

unidos a los “muchachos”

de las otras divisiones,

ponen sitio a Zacatecas

desde los cercanos montes,

y la ciñen y rodean

como un círculo de bronce.

Soldados de las tres armas

han tomado posiciones;

se emplaza la artillería

del día anterior en la noche

en las minas de la Plata

sin que la vean los “pelones”.

El general Felipe Ángeles

recorre el campo dando órdenes

en su “Curely” famoso,

de agradable y muelle trote.

Tras él caminan Cervantes,

Valle y Bazán, y al galope

van Monteros y Eduardo Ángeles

en sus caballos mejores.

Todo está listo, las tropas

que suman veinte mil hombres,

sólo esperan un aviso,

una señal, una orden,

para lanzarse al asalto de las fortificaciones.

II

El enemigo está alerta

coronando las alturas

de Loreto, Sierpe, Grillo,

de Clérigos y la Bufa.

Verdaderos nidos de águila

son sus posiciones; ruda

va a ser la batalla

y correrá sangre mucha,

pues todos son mexicanos,

y el heroísmo y bravura

son patrimonio de todos

los hijos de Moctezuma.

A la vista de tal cuadro

que una catástrofe anuncia,

sostienen muda batalla

el entusiasmo y la angustia

y de todas las conciencias

surge inquieta esta pregunta:

¿de quién será la victoria?,

¿quién perecerá en la lucha?

La naturaleza calla

y las almas están mudas…

III

El plan de ataque, creación

de una inteligencia lúcida,

concebido sin tropiezos,

puesto en práctica sin dudas,

de victoria es garantía,

de una victoria fecunda

para el bienestar del pueblo

de un país que se derrumba.

“Por un ataque de frente

se principiará la lucha,

las dos armas en concierto

dándose eficaz ayuda;

la salida al sur, tapada,

y al este, reserva mucha

para dar de maza el golpe

al enemigo en su fuga”.

De tiempo en tiempo

disparan los cañones en la Bufa,

mas en el campo rebelde

ningún sonido se escucha.

Esperan todos que suenen las diez,

la hora oportuna para avanzar

con arrojo a conquistar las alturas.

Muy bella está la mañana,

muy apacible, muy pura…

tendido en el horizonte

un celaje se dibuja

allá lejos, y parece

como una palma que augura

la victoria de las armas

que por librarnos pugnan.

Sobre las pobladas cimas

el sol sus rayos fulgura;

la brisa plegó sus alas,

ni un pájaro el cielo cruza,

¡la hora trágica llega!

¡la catástrofe se anuncia!

¿De quién será la victoria?

¿Quién perecerá en la lucha?

La naturaleza calla

y las almas están mudas…

IV

Súbito en Hacienda Nueva

truena la fusilería,

ha comenzado el ataque

el bravo general Villa,

que en su alazán poderoso

y a vanguardia de sus filas

entra el primero al combate

lanzando sonoros vivas.

Los veinticuatro cañones

de todas las baterías

que están entre Vetagrande

y Zacatecas tendidas,

una lluvia de metrallas,

de acero y plomo vomitan,

y las granadas estallan

arrebatando las vidas.

El coronel “Gonzalitos”

y Ceniceros, caminan

con Aguirre Benavides

mandando la infantería,

y atacan la Tierra Negra

que se halla sobre la línea

de la Bufa, protegidos

por dos de las baterías

de Saavedra, las más próximas

a las huestes enemigas.

Raúl Madero se lanza

con denuedo y bizarría

sobre Loreto, queriendo

llegar muy pronto a la cima.

Por cañones de Jurado

su brigada es protegida

y siembra el terror

y el pánico en los soldados de arriba.

Por el sur, por San Antonio

y por Guadalupe, brillan

en bocas de los cañones

chispazos de luz rojiza.

A la lumbre sigue el trueno,

la bomba en los aires silba

y en la cumbre de los cerros

 explota y aterroriza.

Al fuego de los rebeldes

contestan los gobiernistas,

por todas partes se brega,

pronto se generaliza

la lucha que va creciendo

como ola enfurecida

¡que avanza, se encrespa,

choca, y se revuelve y se agita!

¡Ruge el cañón con estruendo,

zumban las granadas, silban

los proyectiles de acero

de rifles y carabinas;

y el fragor que va creciendo

y que el eco multiplica

simula un desgarramiento

de las montañas vecinas!

Loreto y la Tierra Negra

ceden ante la osadía

de las tropas asaltantes

que llegan hasta la cima,

y clavando la bandera,

que es de libertad insignia,

exclaman: ¡que viva México!

—¡Que viva Francisco Villa!

Llegó la hora suprema:

la batalla es más reñida

cada vez, de todas partes

a Loreto sólo tiran.

Los insurgentes avanzan

bajo una lluvia nutrida

de balas y de granadas,

—a veces en marcha oblicua—,

y se encorvan, porque ante ellos

sopla con furia inaudita

como un huracán de plomo,

como ráfaga fatídica

que troncha, derriba, mata,

despedaza y aniquila.

En esto llega corriendo

el Campeón de aquel día,

lleno de polvo, jadeante,

y pide la artillería.

Pero ya el invicto Ángeles

ha tomado sus medidas

y sobre otras posiciones

emplaza las baterías

de Durón, que con arrojo

apoya la infantería

de Servín, que de la Sierpe

en las pendientes vacila.

Pero el oportuno auxilio

renueva sus energías

y muy pronto de la loma

en lo más alto se mira.

De repente una granada

explota en las baterías

más próximas, y aparece,

cuando el humo se disipa,

un cuadro de horror, macabro;

entrañas que aún palpitan,

destrozadas, y fragmentos

de huesos y carne viva:

restos de los artilleros

que aquellas piezas servían.

¡Bravos soldados del pueblo

que a la patria dais la vida,

una inmarcesible gloria

con sus alas os cobija!

—No sabe usted qué tristeza

me causa ver la agonía

de mis “pobres muchachitos”

—así se expresaba Villa—;

que las balas de los otros

 los maten, pase, convengo;

mas la desgracia ocurrida

me causa profunda pena

y compasión infinita.

Trinidad Rodríguez muere

en el campo de la liza

pronunciando el sacro nombre

de nuestra patria querida.

Rodolfo Fierro anda herido

y se bate todavía

cual guerrero legendario

de las edades antiguas.

Con la toma de la Sierpe

la victoria ya se inclina

del lado de los rebeldes

porque esta loma domina

las alturas de la Bufa y del Grillo,

se diría que en los contrarios,

la idea de la derrota germina.

Los insurgentes avanzan,

avanzan con hidalguía…

La resistencia es más débil,

las trincheras primitivas

abandonan ya los otros

y hacia Zacatecas guían

sus pasos. Bajan y suben,

detiénense en las colinas,

vuelven a bajar, y entran

a la ciudad. Confundidas

las tropas, por Guadalupe

intentan una salida,

y se vuelven, pues Natera,

Domínguez, Triana y Urbina,

Bañuelos y los Arrieta

en masa los acribillan.

Buscan la salida al norte,

se aturden y arremolinan

y un pánico indescriptible

se refleja en las pupilas

de los soldados, que, locos,

con la conciencia perdida,

en desordenada fuga

al este se precipitan.

“Mi general, ya ganamos”,

le dice Ángeles a Villa,

“lo que falta los muchachos

lo harán solos, a fe mía”.

Lo que entonces ocurrió

al recordarlo horripila…

Los soldados a racimos

en las cañadas caían,

de todos aquellos hombres

de las huestes fugitivas,

de los doce mil soldados

que a la ciudad guarnecían,

¡cien solamente escaparon!

Siendo uno de ellos Medina Barrón,

que mandaba en jefe

a las legiones huertistas.

V

La toma de Zacatecas

con broche de oro cerraba

una serie de victorias

sobre las huestes tiránicas.

El traidor, el asesino

de las libertades patrias,

el verdugo de Madero, de Pino Suárez,

y tantas otras enhiestas figuras,

glorias de la democracia,

huye cobarde, llevándose

el dinero de las arcas de la nación,

y abandona en el Dresden nuestras playas.

La Historia que es justiciera

sólo ostentará en la página

que a Huerta le corresponde,

un borrón, y estas palabras

escritas con fuego rojo:

“El hombre de las bravatas”.

Y al final esta sentencia:

“Fue reo de lesa patria”.

VI

Digna fue de un bello canto

 la toma de Zacatecas,

y el patriotismo insurgente

digno es de una epopeya.

Que arranquen de sus cordajes

sonoros las liras épicas

marciales sones y notas

como clarinadas bélicas,

como rugir de cañones

entre las abruptas sierras,

para cantar las hazañas

de las legiones libérrimas.

Y a todos los paladines

que cayeron en la brecha

que el hierro del despotismo

entre sus filas abriera,

a todos los que lucharon

de las leyes en defensa,

y por salvar a la patria

del baldón y de la afrenta,

vayan mis humildes cantos,

del alma pálida ofrenda,

que deshojo en su memoria

cual si fuesen rosas frescas.

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